Asma
Ilustración y texto por: Daniel Caleb Gómez Saldívar
Publicado originalmente para el blog del Cuarto Congreso Peatonal, Monterrey 2017.
Hervir en agua ajo, cebolla, orégano y gordolobo, dejar reposando un poco, agregar miel y limón al gusto; algo así era el brebaje que me preparaba mi mamá, mientras tomaba lentamente la infusión trataba de inhalar todo el vapor posible que despedía el “té de gordolobo”, el vapor apenas y pasaba por las fosas nasales bloqueadas por mucosidad, de ahí mi gusto por las infusiones y tés.
Me diagnosticaron asma alérgica a la contaminación, pero mis padres no lo supieron inmediatamente. Los médicos tacharon en varias ocasiones a mi mamá de exagerada, de sufrir paranoia de primeriza, porque los ataques de asma llegan de improviso y desaparecen igual, para cuando llegábamos al hospital ya no mostraba síntomas. Hubo un tiempo que batallaba para explicar el motivo de mi alergia, la gente estaba acostumbrada a escuchar que las alergias eran provocadas por polen, polvo, pelos de perro o gato, tal vez es difícil digerir que podemos ser alérgicos al aire que respiramos.
Mi papá dice que lloraba por las noches mientras me veía dormido respirando con dificultad. Mis padres tuvieron que llevarme con varios médicos hasta encontrar al especialista que les diera un diagnóstico acertado y que no los llamara exagerados, los medicamentos para el asmático no son baratos y no tomarlos puede significar dejar de respirar. La contaminación tiene un costo emocional y económico para las familias.
Haber sido un niño asmático, al menos para mí, fue algo muy frustrante. En invierno tenía que cuidarme más que el resto de los niños y, aún así, eso no evitaba que tuviera ataques, me sabía débil e intentaba ignorarlo, pero una fuerte presión en el pecho y el silbido que provocaba mi respiración me ponía en mi lugar. A eso hay que agregarle el estar dopado la mitad del año, siempre cargando mi ventolin, entre la falta de oxígeno y el medicamento, siempre estaba cansado. Aprendí a calmar mis ataques de asma con vapor, me encerraba en el baño y dejaba correr el agua caliente hasta que el cuarto se llenaba de vapor y entonces inhalaba profundamente todo lo que podía y exhalaba lentamente, hasta que el ataque perdía fuerza.
Después de varios años, el médico dio la receta más acertada, irse de Monterrey. Nos fuimos a Zacatecas. El cambio no fue fácil, mi papá se tuvo que quedar varios años viviendo entre Monterrey y Saltillo porque no encontraba trabajo en Zacatecas. Al principio lo veíamos cada fin de semana, pero económicamente no era viable y esos fines de semana se fueron alejando; la distancia física también se reflejó en nuestra relación y cada vez se volvió más complicado para mí comunicarme con él.
Nunca tuve un ataque de asma en Zacatecas. Con el tiempo mis pulmones se hicieron más fuertes y después de 9 años, decidí regresar a Monterrey. Han pasado 15 años desde que regresé, en este periodo he tenido entre tres y cuatro ataques de asma; sólo en una ocasión tuve que recurrir al medicamento. Veo con tristeza que la contaminación sigue ganando terreno, que una gran cantidad de personas ve a los árboles como generadores de basura cuando son exactamente lo contrario. En este momento no me siento muy positivo con el tema, mientras la mayoría de los regiomontanos sigamos así, la esperanza disminuye drásticamente y me siento con ganas de auto-recetarme una dosis de migración para el asma que se ve venir.